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“Parir sin miedo”

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Leí ese título (Parir sin miedo, de Consuelo Ruiz, 2009) antes de tener a mi primera hija. Cuando me preparaba para acompañarla en ese tránsito a la vida, con la ilusión y la inocencia de una madre primeriza; osada en deseos y proyecciones de lo que podría llegar a ser ese momento tan especial y tan esperado.

Ahora espero el segundo y recuerdo el caos de miles de informaciones, sensaciones y miedos que me invadieron la primera vez, impidiendo poner luz en ese camino y conseguir el tan deseado parto natural: donde madre e hijo se conectan para recorrer juntos el canal a la vida, en un mismo sentir, un mismo compás, una misma lucha por sobrevivir, un mismo objetivo que termina con los dos abrazados en el corazón.

Fotografía de Almudena Sierra

Esta vez, yo seguía soñando, proyectando, ya más serena, calmada, sin la inocencia y sin esperar lo desconocido.

Mal que me pese, seguía con miedo; la primera experiencia pesaba en mi recuerdo y en mi cuerpo, evocando vagamente el sueño inducido por las drogas y el cóctel hormonal que me alejaron de percibir y sentir ese momento, en el filo del agotamiento y el sufrimiento, abandonada la lucha, transitando entre el sueño y la vigilia en un extraño éxtasis anestesiado…

Quiero compartir cómo esta vez, en un momento, en un instante, ya a mitad de camino de mi segundo parto, CONECTÉ.

Fue de repente, yo ya no albergaba la posibilidad de tenerlo de forma natural, y esperaba, sola, esa inyección de ensueño que me alejaría del dolor, donde se desvanece el sentir y te pierdes, te diluyes entre nubes y sueños de vida.

Esperaba, agotada, desesperanzada, claro, algo dentro de una misma se decepciona y entristece, se desconecta; pero estaba en la profunda aceptación de que yo, como muchas mujeres de mi generación, ya no estamos conectadas con la maternidad. Viviendo lejos de nuestras madres y nuestras abuelas, acompañadas por Hombres médicos, en hospitales, como enfermas, entre personas que jamás entenderán lo que está pasando a cada momento delante de sus ojos: nuestras luchas; personas que jamás vivirán esa lucha de vida o muerte, solo saben lo que dicen los libros, la biología, las farmacéuticas y sus grandes intereses alejados de la humanidad, esos hombres, que deciden, que nos atienden en habitaciones frías y estériles….

Ya no estamos conectadas con la cadena matriarcal, la sociedad lo dejó pasar, crecimos solas, nos embarazamos solas y llegamos solas al final del camino.

Aceptando y renunciando, sola, tumbada en esa cama de hospital, sentía cómo empujaba y luchaba por vivir mi segundo hijo.

Cerré los ojos, bajé todas las barreras psicológicas, emocionales y físicas, lo solté todo, en un último suspiro consciente, abatida y cansada…y entonces sucedió.

Dejé que mi cuerpo se moviera libre y me abandoné a él. Sin pensar en la respiración, en si empujaba demasiado fuerte, si me desgarraba entera o me destrozaba lo que fuera que quedara de mí, ya no me importaba nada. Sólo él.

Empecé una extraña danza que me llevó al suelo para tener más libertad de movimiento y sentí cómo nos conectábamos. Sentí cada movimiento, sentía sus pies en mis costillas, sentía su cabeza en mi cadera y mis huesos cediendo a su paso. Empujé, empujé y empujé como si me fuera la vida en ello, sin importarme las consecuencias, me fundí y me perdí dentro de mí para encontrarme con él y recorrer juntos, al fin, el camino definitivo a la vida.

Poco recuerdo de lo que se sucedía a mi alrededor. Recuerdo que en algún momento entró el Doctor anestesista, acompañado de no sé, tres, tal vez cuatro personas más… no puedo recordarlo. Sí soy consciente de la pregunta y del cambio: “Señora, es peligroso ponerle ahora la anestesia, el parto está muy avanzado y pondríamos en riesgo la vida del bebé”.

No, claro que no.

No quiero anestesia.

Por favor, hagan pasar al padre.

Bien, bien… Y empezaron a hacer y deshacer en esa fría habitación de hospital. Pero no me importaba lo más mínimo, ni lo sentía, ni les veía, yo estaba muy adentro de mí misma, estaba con la vida en mis entrañas y sentía cómo avanzaba sin pausa, cómo se abría camino y quería sobrevivir.

Tomé toda la fuerza del hombre, del padre, me dejé sostener en sus manos, su pecho, su corazón y su fuerza masculina. Tomé toda esa fuerza cuando mis brazos casi no podían sostenerme, cuando mis piernas parecían desencajarse y seguí avanzando, empujando, acompañando sus pasos y sentí abrirme por la mitad cuando logramos trazar el camino hasta el exterior. Me sentí arder en llamas, me sentí quemar, sentí que me abría más allá de los límites físicos para dejarle paso: y me sentí más viva de lo que jamás en otro momento de toda mi existencia me sentiré.

Era VIDA.

La sentí en cada célula, en cada gota de sangre. Me sentí mujer, fémina, madre, creadora, luchadora, salvaje, portadora de vida, madre como loba, como ballena, como osa, madre como la tierra, luchando, capaz de dar mi vida por el otro en ese instante, sintiendo cómo seguimos vivos a cada bocanada de aire, cómo conectamos la vida cada vez que volvemos a respirar, cómo todo se reduce a sangre, corazón y oxígeno, latir y respirar. Latir y respirar. Aire entrando en nuestros pulmones e inyectando nueva vida.

Sacó la cabeza de entre mis piernas, con su bolsa protectora intacta, había nadado todo el camino. Lo tomé entre mis manos y lo acompañé a mi corazón, junto a mis senos rebosantes de vida, esperando su ansia y su hambre por vivir.

Creo firmemente que tenemos un código de supervivencia y lucha por la vida en nuestro ADN, como todos los seres vivos que habitamos este planeta, y creo firmemente y sin dudas, que no debemos perder este camino, esta lucha, esta activación de lo más esencial en nosotros mismos, esa realidad tan vasta, inmensa, antigua y primitiva de la vida.

Conectarnos las mujeres, todas, seres ancestrales que sostenemos la vida con toda su envergadura, siendo o no siendo madres, no se reduce a la maternidad, las mujeres, simplemente siendo mujeres, féminas, hembras, llevamos el poder y la fuerza de la supervivencia a un nivel muy profundo, la CREACIÓN a todos los niveles de la vida en nuestras manos, esto nos conecta a un nivel muy profundo, a todas, A TODAS: animales, personas, plantas, estrellas… la vida se abre camino tras nuestros pasos.

Comunidad, enjambre, bandada, colmena, banco, rebaño, familia, tribu, clan, colonia, manada: al final poco importan las formas, es la vida abriéndose camino y logrando sobrevivir.

Gracias, gracias a todas las mujeres de mi vida, mujeres de vida, mujeres del mundo, todas poderosas y creadoras. Gracias.